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Jesús, la imagen del Dios invisible

El Dios Trino Creador pretende que un sentido similar de compañerismo, obediencia y amor sean las características de la relación humana con Él, y que los humanos estén unidos en amor.

Siguiendo con el tema «La excelencia comienza en el corazón del ser humano», a través de este artículo nos enfocaremos en Jesús, quien nos permitirá comprender aún más acerca de la imagen de Dios, abordaremos su carácter y sus acciones, puesto que Él es el ejemplo perfecto de lo que la naturaleza humana debió ser. Y nuevamente y tal como lo presenta Erickson, referiremos parte de su análisis para el propósito de este estudio, así:[1]

  • Jesús tuvo una comunión perfecta con el Padre. Un magnífico ejemplo de esto se observa en Juan 17, a través del cual se afirma que Jesús y el Padre son uno (v. 21, 22). Además, que Jesús glorifica al Padre y que el Padre glorifica a Jesús (v. 1, 4, 5, 22, 24).
  • Jesús obedeció la voluntad del Padre perfectamente. Y para el caso, es importante que citemos un par de pasajes, así:

“Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. (Juan 4:34)

“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. (Juan 5:30)

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“…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (Lucas 22:42)

En estos tres pasajes compartidos, se observa total sumisión de Jesús ante el Padre durante su vida terrenal, tal sumisión aún en el Huerto de Getsemaní, sumisión que lo llevó en obediencia hasta la muerte y muerte de cruz.

  • Jesús siempre desplegó un fuerte amor por los seres humanos. Nuevamente compartamos un par de pasajes para el respectivo análisis:

“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. (Mateo 9:36)

“Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio”. (Marcos 1:41)

“Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores”. (Lucas 7:13)

“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…” (Lucas 23:34)

Observamos aquí la preocupación de Jesús por las ovejas perdidas de Israel, Su compasión y dolor por los enfermos y los que sufren en general, así como Su paciencia y perdón por aquellos que han fallado.

El Dios Trino Creador pretende que un sentido similar de compañerismo, obediencia y amor sean las características de la relación humana con Él, y que los humanos estén unidos en amor. Erickson enfatiza que somos completamente humanos sólo cuando manifestamos estas características.

Y por ello, nosotros los seres humanos que somos portadores de la imagen divina, aprendemos de Jesús, la imagen del Dios invisible. El apóstol Pablo lo manifiesta en el capítulo 1 de su Epístola a los Colosenses:

“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”. (Colosenses 1:15)

Y de hecho, también lo corrobora Colosenses, en el capítulo 2:

“Porque en Él [Cristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. (Colosenses 2:9)

Es extraordinario entender a través de la Escritura (Colosenses 1:15-17) del gran poder creador de Jesús; y a la vez, cómo Jesús se despoja de este gran poder divino y se encarna, de modo que viene a morar en la Tierra y no sólo eso, sino que se humilla a sí mismo y entrega Su vida por el pecado de la humanidad. Jesús existió desde antes de la fundación de los tiempos. Jesús nos revela a Dios y nos enseña a los seres humanos, portadores de la imagen de Dios, cómo actuar como tales portadores. Filipenses 2, es un muy buen ejemplo:

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre…” (Filipenses 2:5-9)

Volviendo a Colosenses 1:15, es importante resaltar que al hablar de Jesús como la “imagen del Dios invisible”, en el griego la palabra εἰκών [eikon] significa que es la proyección exacta, la fotografía, la reproducción misma del Dios invisible. Jesucristo mismo lo dijo en Juan 14:8-10, que el que lo ha visto a Él ha visto al Padre. Por lo tanto, afirma Roberto Miranda que el que ha visto a Jesús en Su persona, en Su carácter, en Su poder perfecto, en Su gloria, en Su Palabra perfecta, en Sus enseñanzas, ha visto definitivamente al Padre. La esencia de Jesús es la esencia misma del Padre.[2]

[1] Millard J. Erickson, Christian Theology (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2003), 533-534.

[2] Roberto Miranda, “La imagen del Dios invisible”, leondejuda.org, https://www.youtube.com/watch?v=k_31l_MPYFE