“Si la genuinidad de Dios es una cuestión de ser verdadero y la veracidad es su decir la verdad, entonces su fidelidad significa que Él es verdadero…La fidelidad de Dios se ha demostrado repetidamente a lo largo de las páginas de las Escrituras. Él cumple lo que ha dicho que hará».
Millard J. Erickson
Al igual que para el estudio de los atributos incomunicables, seguiremos la clasificación propuesta por Nyenhuis para los atributos comunicables; claro está, incluyendo aportes de otros eruditos, de modo que nos permita tener una idea amplia y debidamente sustentada para cada atributo.
Los atributos comunicables, señala Nyenhuis, nos dan en cambio conocimiento del ser de Dios, en tanto nosotros experimentamos una analogía de Sus virtudes. Cabe también señalar que los atributos incomunicables califican a los comunicables; de modo que éstos en esencia sean diferentes en Dios y diferentes en el ser humano. Dios, por ejemplo, es infinito e inmutable en amor, en justicia, en sabiduría.[1]
Y así, Nyenhuis precisa:
“Lo que encontramos en el ser humano es un eco o reflejo del atributo y no es, en este sentido, el atributo original. Los ecos y reflejos suelen ser débiles y desfigurados; sin embargo, nos dan base para un conocimiento de la realidad de Dios”. (Nyenhuis 1990)
Centrémonos entonces, en el estudio de los siguientes nueve atributos comunicables.
El amor de Dios dice Nyenhuis, es el atributo más central de Dios. De hecho, este atributo califica a todos los demás, pero hay que entender que los otros también califican al amor.[2]
El capítulo 4 de 1 de Juan, nos trae aún más claridad para entender este atributo de Dios, así:
“…Dios es amor”. (1 Juan 4:8)
El Dr. Miguel Núñez, puntualiza que la Biblia no solo afirma que Dios nos ama; sino que también y especialmente resalta que “Dios es amor”. Y cuando la Palabra dice que “Dios es amor”, significa que Dios va a amarnos para siempre.[3]
Al decir que “Dios es amor” estamos declarando que ésa es su esencia; por lo tanto, no cambiará en ninguna circunstancia.
Y quizá lo más extraordinario y a la vez humanamente incomprensible de este atributo es que el amor de Dios es dador y sacrificial. Juan 3:16 y Romanos 5:8 lo explican muy bien. Es en verdad incomprensible y difícil de aceptar que, siendo nosotros pecadores, Dios Padre, envía a Su Hijo Jesucristo a morir en lugar de nosotros, para darnos salvación y vida eterna en Su presencia. ¡Inconcebible en parámetros humanos, pero una profunda verdad espiritual!
Y Jesús también dijo:
“Nadie tiene mayor amor que éste, que no ponga su vida por sus amigos”. (Juan 15:13)
Erickson aquí resalta que en efecto Jesús murió por sus amigos, quienes por seguro lo amaban y apreciaban lo que Él hacía por ellos. Pero también acentúa que Jesús murió por sus enemigos, quienes lo despreciaron y rechazaron.[4]
Y esto es lo que hace la gran diferencia entre la aplicación de este atributo por parte de Dios y por parte nuestra, los seres humanos. El amor de Dios es totalmente desinteresado y busca el bien de su creación; no el suyo propio. En cambio, nosotros los seres humanos, imperfectos, muchas veces buscamos nuestro propio bien y no el de nuestro prójimo.
Erickson, lo ilustra muy bien, tomando el caso de un empleador y su empleado. El empleador seguro está interesado en la buena salud de su empleado porque así producirá más y mejor para él.[5]
La gracia, pues no es otra cosa que el amor inmerecido de Dios hacia el ser humano perdido en el pecado. La gracia de Dios dice Nyenhuis, es Su actitud benevolente e inmerecida hacia el pecador.[6] Lo cual y de aceptarlo el pecador, llega a feliz término, es decir, la salvación de su alma.
Y aquí es donde se conectan los atributos, o se califican entre sí. Nyenhuis dice:
“Una de las características más notables de la gracia es el hecho de ser inmerecida…Dios ama al pecador a pesar de que éste no puede provocar el amor. Dios ama porque Dios es amor”. (Nyenhuis 1990)
Bien cabe aquí, recordar la verdad de Efesios 2:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2:8-9)
Definitivamente, la gracia de Dios es un regalo inmerecido de Él para con Su creación. Y cuando este regalo, el regalo del perdón de pecados, es recibido por el pecador; no hay nada absolutamente nada de lo que pueda gloriarse. Lo más grande, la salvación de su alma y todo lo demás que ésta conlleva, es un regalo inmerecido de su Creador.
Hay dos términos importantes para considerarse: Racham, en hebreo; y Eleemon, en griego; los dos significan tener compasión.[7] Por lo tanto, la misericordia de Dios puede llamarse también compasión. En otras palabras, es el amor de Dios hacia el que está sufriendo las consecuencias del pecado; en un sentido, mitigando el dolor causado por el pecado.[8]
Aquí dos textos bíblicos, que nos ayudan a entender mejor este atributo:
“Y pasando Jehová por delante de él [Moisés], proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad”. (Exodo 34:6)
“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”. (Hebreos 2:17)
Éxodo 34:6 y Hebreos 2:17 ilustran muy bien el concepto de este atributo; y por cierto, el sentido de los términos originales (hebreo y griego) arriba enunciados, en relación al corazón compasivo de nuestro Dios.
La paciencia de Dios llamada también longanimidad. Ésta se ve en el hecho de que Dios “soporta” a los malos y a los que le retan. Dios pospone el castigo, de modo que da a los pecadores la oportunidad de arrepentirse. Ejemplos de la paciencia de Dios se encuentran en los siguientes textos: 2 Pedro 3:3-9; Mateo 23:37 y Lucas 13:34.[9]
La soberanía de Dios está limitada única y exclusivamente a Su propia voluntad. Ésta además conlleva la absoluta superioridad y la omnipotencia de Dios. En otras palabras, Dios no rinde cuentas a nadie; simplemente lo planea y lo ejecuta. Es así como lo describe Nyenhuis, y resalta que ésta está por encima de la ley. De hecho, la ley en sentido amplio es una expresión de la voluntad de Dios.[10]
Y como bien lo dice e ilustra Chris Poblete:
“La soberanía habla del control divino que Dios tiene sobre todo lo que sucede. No hay nada fuera del control de su mano amorosa: ni los diseños de los malvados (ni siquiera los planes de los dictadores más malvados de la historia), ni la forma en que la tierra funciona en sí misma aparentemente contra la vida de los hombres, tampoco el funcionamiento de los demonios (o incluso Satanás), y tampoco mi propio libre albedrío”. (Poblete 2011)
Ciertamente Romanos 8:28,38-39 son una clara afirmación de la soberanía de Dios. Todo, absolutamente todo ayuda para bien a los hijos de Dios, según Sus propósitos; y no sólo eso, sino que no hay nada más allá del control de la mano soberana de Dios. Es así como lo entiende Poblete.[11]
Dios es veraz y Dios es veraz en su revelación. Si Dios fuera mentiroso, explica Nyenhuis, la situación existencial de la humanidad sería caótica y desesperada. Este atributo es el que nos permite distinguir al Dios verdadero de los ídolos, que como bien señala el Salmo 115:3-8, tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen; tienen boca pero no hablan. Y un tremendo aspecto de la veracidad es la fidelidad de Dios, misma que es la base de nuestra confianza.[12]
De hecho, otros estudiosos catalogan a la fidelidad en sí como un atributo, veamos lo que Erickson dice al respecto:
“Si la genuinidad de Dios es una cuestión de ser verdadero y la veracidad es su decir la verdad, entonces su fidelidad significa que Él es verdadero…La fidelidad de Dios se ha demostrado repetidamente a lo largo de las páginas de las Escrituras. Él cumple lo que ha dicho que hará”. (Erickson 2003)
En el libro de Números encontramos una porción muy inspiradora que viene bien al tema:
“Dios no es hombre, para que mienta,
Ni hijo de hombre para que se arrepienta.
Él dijo, ¿y no hará?
Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19)
Dios siempre cumple lo que ha dicho que hará; y esto es lo que trae completa paz, a quienes en Él han puesto su confianza.
Nyenhuis en su análisis señala que la justicia es la perfección de Dios en cuanto cumple con todas las normas que Dios se pone a sí mismo. De hecho, no existe norma o pauta por encima de Dios. Dios es quien pronuncia la sentencia a sus propios actos.
Nyenhuis también destaca sobre la justicia remunerativa de Dios. Ésta se refiere al hecho de que Dios premia y recompensa según las condiciones y promesas que Él mismo ha establecido. Un claro ejemplo de esto es la Palabra que encontramos en 1 Juan 1:9.
Por otro lado, Nyenhuis, continúa en su análisis y presenta a la justicia retributiva. Ésta tiene que ver con los castigos que Dios impone como resultado del pecado. La justicia es una expresión de la ira de Dios en contra del pecado. Dios es indudablemente justo que no pasa por alto los pecados de su pueblo y por ello, en su lugar, castigó a su Hijo Jesús. La aplicación de la justicia es fundamental para nuestra salvación. Con certeza, la justicia de Dios debe ser satisfecha por medio de Cristo, o por medio del pecador.[13]
Por su parte, Erickson destaca que en lo que concierne a la justicia, Dios no sólo que actúa en conformidad con Su ley, pero además administra Su reino de acuerdo con ella. Significa además que Dios administra su ley de modo justo, nunca mostrando favoritismos o parcialidades.[14]
De acuerdo con el estudio del Dr. Miguel Núñez, “santo” significa apartado y libre de corrupción. Dios está libre de corrupción, enfatiza. Y resalta además que Dios es un ser apartado del resto de la creación. Dios ha apartado para Él a quienes son sus hijos, afirma.[15]
Así, la idea esencial de la santidad de Dios dice Nyenhuis, es su excelencia o perfección moral, es decir la infinita distancia entre Él y toda impureza, pecado o contaminación. Si uno piensa en conceptos como honestidad, honradez, integridad, confiabilidad, pureza, dignidad y otros; puesto todo esto y más, incluye cuando uno se refiere a la santidad de Dios.[16]
Según algunos pensadores, se considera a la sabiduría como una especie de inteligencia. Así, la sabiduría de Dios es aquella inteligencia de Dios a través de la cual Él determina todas las cosas y las conduce hacia Él.
Nyenhuis resalta que la sabiduría es evidente en la creación, la providencia y la redención. Y de hecho el Salmista alaba la sabiduría de Dios cuando considera sus obras.[17]
“¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová!
Hiciste todas ellas con sabiduría;
La tierra está llena de tus beneficios”. (Salmo 104:24)
Y en esta línea, el Dr. John MacArthur nos invita a reflexionar en la profundidad de la sabiduría de Dios, así:
“Considere la creación como un todo, desde el número ilimitado de galaxias en el universo hasta la estructura distintiva de un solo átomo; desde la grandeza de una ballena azul hasta las complejidades de innumerables criaturas microscópicas que viven en un estanque. Un atributo de Dios se destaca sobre todos los demás en la exhibición de la creación: Su sabiduría”. (MacArthur 2011)
Cada elemento de la creación fue con certeza pincelada con la sabiduría del Dios Creador.
Ahora bien, el número de los atributos de Dios varía de alguna manera según el estudio de los teólogos o los eruditos que lo presenten. Y en los estudios comparativos que el lector pueda hacer, definitivamente encontrará propuestas ligeramente diferentes, aunque establecidas sobre la misma base que se ha utilizado en esta investigación. De hecho, analizar el carácter de Dios es un tema vasto, interminable y fascinante, y desde este lado de la eternidad difícilmente tendremos una comprensión de quién es Dios en su totalidad.
Por otro lado, a lo largo del estudio se ha visto también que los atributos incomunicables califican a los comunicables; y también algunos atributos, especialmente entre los comunicables, se califican entre sí. Así que el número de atributos puede por seguro variar.
Pero lo que importa aquí no es el número de los atributos de Dios como tal. Lo que importa es que, a través del estudio de ellos, tengamos la comprensión acerca de quién es el Dios Trino Creador y la profundidad de su naturaleza, la profundidad de la naturaleza de su Ser.
Con certeza el estudio de los atributos del carácter del Dios Trino Creador nos lleva hacia un nivel superior. Habiendo recorrido los distintos momentos de la creación; e incluso, habiendo echado un vistazo a unas pocas maravillas del mundo natural que hoy nos rodean; no tenemos otra opción, sino que detenernos por un momento, levantar nuestra mirada al infinito y reconocer que en cada pincelada de la creación el Dios Trino está presente.
¡Infinitamente extraordinario, infinitamente perfecto! ¡El Creador es infinitamente perfecto! Y así como grandioso y magnificente se mira el universo, ¡cuánto más será su Hacedor! El Creador no depende en absoluto de nadie para su existencia; no obstante, cada micropartícula del universo depende de una orden del Creador para cualquier movimiento.
Pero no dependemos sólo de un gran telescopio, para darnos cuenta de la inmensidad del Dios Trino Creador. Sí, Él trasciende el espacio y el tiempo porque simplemente Él los hizo y no está confinado a ellos.
Pero, descendiendo a la Tierra como tal, observamos que, así como el Dios Trino Creador sopló aliento de vida en el primer ser humano – Adán; así mismo ha soplado aliento de vida en su creación actual. ¡Cada vez que nos levantamos, luego de una noche placentera de descanso, no podemos hacer otra cosa que dar gracias a Dios por un nuevo amanecer, lleno de vida y salud! ¡Qué evidente es aquí reconocer que el amor perfecto de Dios es ciertamente infinito, más allá de nuestra comprensión!
En este punto, cabe aquí recordar la Palabra de Santiago 1:
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. (Santiago 1:17)
La firma de excelencia del Dios Trino Creador está acuñada en todo el universo; y aunque han querido, pero nadie podrá eliminarla:
“Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran”. (Nehemías 9:6)
[1] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 93.
[2] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 94.
[3] Miguel Núñez, “Los atributos comunicables de Dios,” Coalición por el Evangelio, https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/los-atributos-comunicables-dios/
[4] Millard J. Erickson, Christian Theology (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2003), 319.
[5] Millard J. Erickson, Christian Theology (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2003), 319.
[6] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 94.
[7] Miguel Núñez, “Los atributos comunicables de Dios,” Coalición por el Evangelio, https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/los-atributos-comunicables-dios/
[8] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 94.
[9] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 94.
[10] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 114.
[11] Chris Poblete, “The Attributes of God: Sovereignty,” Blue Letter Bible, https://blogs.blueletterbible.org/blb/2011/10/28/the-attributes-of-god-sovereignty/
[12] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 115.
[13] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 116.
[14] Millard J. Erickson, Christian Theology (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2003), 314-315.
[15] Miguel Núñez, “Los atributos comunicables de Dios,” Coalición por el Evangelio, https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/los-atributos-comunicables-dios/
[16] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 136.
[17] Gerald Nyenhuis and Dr. R.C. Sproul, El Dios que adoramos (Miami, FL: Logoi, Inc., 1990), 138.
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